jueves, 12 de septiembre de 2013

La internacionalización planea sobre el conflicto sirio

Un supuesto ataque con armas químicas ha desatado desde el 21 de agosto la tensión internacional en torno a Siria. El presidente de Estados Unidos, Barack Obama, ha liderado una iniciativa para castigar al Gobierno sirio de Bashar el Asad, al que culpa de haber perpetrado el ataque con gas nervioso contra civiles y miembros de la oposición, levantada en armas hace más de dos años al calor de la llamada Primavera Árabe. Damasco niega haber usado armas químicas y responsabiliza a los rebeldes.

Obama, que en 2012 dijo que actuaría en Siria en caso de que se cruzara la “línea roja” de un ataque químico, cuenta con el apoyo incondicional de Israel, Turquía y Arabia Saudí, actores clave en la región, mientras que Asad tiene el respaldo de Rusia, Irán y Hezbolá.

El gobernante francés François Hollande se ha declarado dispuesto a colaborar con Washington en una posible operación quirúrgica que, según el mandatario norteamericano, no tendría como finalidad deponer a Asad.

Sin embargo, el filósofo Noam Chomsky cree que es otra la razón del posible ataque. “Con el apoyo internacional a Obama y la credibilidad de sus afirmaciones desmoronándose, ha recurrido al típico pretexto de crímenes de guerra cuando todo lo demás falla; está en juego la credibilidad de las amenazas del autodesignado policía mundial”, declaró recientemente al Huffington Post.

La Casa Blanca, que ha sometido la intervención a votación en el Congreso estadounidense, ha dado a Damasco hasta la próxima semana para que entregue todas sus armas químicas antes de lanzar el ataque, una propuesta a la que el ministro de Asuntos Exteriores sirio, Walid al Mualem, dio la bienvenida tras la mediación rusa. Además, EEUU ha distribuido trece vídeos del presunto uso de gas nervioso en Siria que podrían servir para justificar la operación.

 Mientras, el Parlamento británico ha rechazado la propuesta de David Cameron de participar en la acción militar contra Asad. España e Italia, entre otros, han mostrado su apoyo a EEUU, aunque han rehusado participar directamente en el ataque. De esta forma, Washington podría verse privado de aliados tradicionales que le han respaldado militarmente en sus recientes injerencias en Irak y Afganistán.

Por su parte, tanto Turquía, miembro de la OTAN, como Arabia Saudí, gran defensora de los intereses estadounidenses en la región, han mostrado su beneplácito ante el posible ataque militar de Washington a la Siria de Asad, enfrentada con ambas potencias suníes. El país dirigido por el islamista Erdogan ha protagonizado varias escaramuzas fronterizas con las fuerzas sirias desde que estalló el conflicto, mientras que Riad y otras petromonarquías del Golfo han armado a los rebeldes. Al mismo tiempo, Israel, que ha desatado la tensión tras la prueba de un misil balístico en el Mediterráneo, puja decididamente por la intervención. El país hebreo es, junto a Siria, uno de los siete países del mundo que no ha ratificado la Convención sobre la Prohibición del Desarrollo, Producción, Almacenaje y Uso de Armas Químicas.

El supuesto ataque con gas en Ghuta, en la periferia de Damasco, tuvo lugar mientras estaba presente en Siria un grupo de expertos en armas químicas de la ONU, que ha realizado una investigación cuyos resultados se conocerán en los próximos días. Asad, que dice estar luchando contra “terroristas, de los que entre el 80 y el 90 por ciento pertenece a Al Qaeda”, ha retado a Washington a probar la autoría del ataque, que según EEUU acabó con la vida de 1.429 personas.

“CONFLAGRACIÓN REGIONAL”

El aliado más importante con el que cuenta el dirigente sirio a nivel internacional es Rusia. El Kremlin ha respaldado firmemente a su protegido árabe, que le provee de su única base naval en el Mediterráneo en el puerto de Tartús. El Gobierno de Vladimir Putin, quien ha calificado de “ridículas” las acusaciones contra Asad, ha permanecido firme dando cobertura diplomática a Damasco en el Consejo de Seguridad de la ONU, bloqueando cualquier resolución que legitimara una intervención militar internacional en Siria. El líder ruso reiteró durante la cumbre del G-20 en San Petersburgo que su país continuaría ayudando a Siria tanto militar como económicamente.

El presidente sirio, en el poder desde la muerte de su padre Hafez el Asad en 2000, cuenta además con su más antiguo y estrecho aliado, Irán. La república islámica, reforzada regionalmente tras la caída de Sadam Husein en Irak y su reemplazo por un gobierno chií afín, asiste militarmente al Ejército sirio con el despliegue sobre el terreno de guardias revolucionarios, así como formando a las milicias paramilitares conocidas como ‘shabiha’.

Asad, perteneciente a la minoría confesional alauí vinculada con el chiísmo, tiene también el apoyo militar directo de Hezbolá, el partido-guerrilla libanés patrocinado por Irán, que en los últimos meses ha combatido hombro con hombro con las tropas oficialistas para recuperar la estratégica localidad de Qusair. La organización fundamentalista chií liderada por Hasan Nasralá, aclamada en el mundo árabe por su resistencia contra la invasión israelí de Líbano en 2006, necesita de la continuidad de Asad para no perder la conexión con su gran valedor persa.

La importante posición geopolítica que ocupa Siria en el tablero regional y global ha producido temores sobre una posible escalada del conflicto que desemboque en una guerra más amplia. En ese sentido se ha pronunciado la Alta Comisionada de la ONU para los Derechos Humanos, Navi Pillay.  “Una respuesta militar o continuar con la entrega de armas pueden desencadenar una conflagración regional”, declaró poco después de afirmar que “hay pocas dudas sobre la utilización de armas químicas en Siria”.

No obstante, según la opinión reflejada por el profesor de la Universidad de Alicante y experto en Siria, Ignacio Álvarez-Ossorio en un artículo reciente para The Objective, “debe descartarse que, como anuncian los más agoreros, la crisis incendie el conjunto de la región, ya que es dudoso que Irán y Hezbolá quemen sus naves abriendo un frente conjunto contra EEUU”.

El aumento de tensión internacional tiene lugar más de dos años y medio después de que un grupo de estudiantes realizara una pintada en una pared de la sureña ciudad de Daraa repitiendo la proclama popularizada en las calles de El Cairo por los opositores a Hosni Mubarak: “El pueblo quiere la caída del régimen”. La espiral de protestas y represión gubernamental de los meses siguientes degeneró en un conflicto civil armado que ha dejado ya, según el opositor Observatorio Sirio de Derechos Humanos con base en Londres, más de 110.000 muertos y, según ACNUR, dos millones de refugiados.

La oposición, fracturada en diferentes facciones, cuenta según la revista estadounidense Foreign Policy con entre 80.000 y 100.000 combatientes, de los cuales aproximadamente una décima parte pertenecería a grupos yihadistas suníes afiliados a Al Qaeda como el Frente al Nusra o el Estado Islámico de Irak. El rápido aumento de influencia de estos grupos islamistas radicales ha sido uno de los grandes escollos que ha hecho aumentar las dudas de Washington para apoyar decididamente a la oposición siria.

Nota: este artículo fue escrito el 9 de septiembre de 2013. Una versión modificada y actualizada del mismo fue publicada en el Periódico Diagonal.

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