jueves, 13 de septiembre de 2012

La mecha antiamericana prende en el mundo musulmán

Desde el martes pasado, las embajadas de Estados Unidos en los países musulmanes sufren el hostigamiento de activistas religiosos que protestan contra la emisión de una película que ridiculiza a Mahoma, figura sagrada en el islam. En Libia, milicias islamistas armadas atacaron el consulado del país norteamericano en Bengasi, causando la muerte de cuatro ciudadanos estadounidenses, entre los que se encontraba el jefe de la misión.

La respuesta de la superpotencia hegemónica al asesinato de cuatro miembros de su equipo diplomático en Libia, incluido el embajador Christopher Stevens, no se ha hecho esperar. EE UU ha ordenado a dos de sus buques de guerra con presencia permanente en el Mediterráneo Oriental, el USS Laboon y el USS McFaul, navegar hasta las costas libias para restaurar el equilibrio de poder en el país árabe.

Ambos destructores, que están equipados con misiles de crucero, se unen a los 50 marines del grupo de élite conocido como Equipo de Seguridad Antiterrorista (FAST, por sus siglas en inglés), que han volado hasta Trípoli desde la base gaditana de Rota, donde mantienen su centro de operaciones. Además, fuentes del Pentágono no descartan movilizar aviones no tripulados (drones), ya utilizados en las campañas de Afganistán y Pakistán para atentar contra asentamientos talibanes.

La demostración de fuerza llevada a cabo por EE UU trata de poner coto a la expansión del radicalismo islámico en Libia, un país que todavía no cuenta con instituciones democráticas consolidadas, dado el escaso período de tiempo transcurrido tras la revolución y la guerra civil que acabó con el régimen de Muamar el Gadafi. El equipo militar estadounidense trasladado a Libia, que cuenta con efectivos en tierra mar y aire, reforzará la misión diplomática del país norteamericano y podrá tratar de eliminar los reductos de milicias islamistas radicales, elementos armados y experimentados en combate que han participado en el reciente conflicto libio.

Además, todas las embajadas de EE UU en el mundo han sido puestas en estado de alerta y Washington ha ordenado evacuar a todo su personal en Bengasi, limitando su representación diplomática en Libia a la capital, Trípoli.

El presidente estadounidense Barack Obama, encargado de manejar un incómodo e inesperado escenario a menos de dos meses de las elecciones, ha mostrado una respuesta ambigua. “Que no haya lugar a dudas: se hará justicia”, ha aseverado el mandatario, para más tarde matizar que “no se romperán los lazos con Libia”. Obama, metido de lleno en campaña electoral, ha decretado cuatro días de luto por la muerte de Christopher Stevens, su embajador en Libia, y otros tres funcionarios. Las banderas estadounidenses ondearán a media asta en todos los edificios oficiales del país, tanto dentro como fuera de sus fronteras, hasta “la puesta de sol del próximo 16 de septiembre”.

El actual presidente y candidato demócrata a los comicios del 6 de noviembre también ha criticado la película que ha dado origen a los disturbios en varios países musulmanes contra edificios consulares estadounidenses y que ha propiciado la muerte de Stevens. “Rechazamos todos los intentos de denigrar las creencias religiosas de otros, pero no hay absolutamente ninguna justificación para este tipo de violencia, ninguna”, ha afirmado Obama.

Mitt Romney, candidato republicano y adversario político de Obama, ha querido rentabilizar el suceso. “Es una desgracia que la primera respuesta no sea una condena de los ataques a nuestras misiones diplomáticas, sino una muestra de simpatía a los atacantes”, ha declarado, en referencia a las críticas del hawaiano al film antimusulmán. “Es terrible que EE UU tenga que disculparse por defender sus valores”, ha zanjado Romney.

Por su parte, la secretaria de Estado Hillary Clinton ha pronunciado la pregunta que se hacen todos los ciudadanos de EE UU. “¿Cómo es posible que ocurra esto en un país que ayudamos a liberar, en una ciudad que ayudamos a salvar de la destrucción?”

Las protestas en los países árabes se iniciaron en El Cairo el pasado martes 11 de septiembre, durante el undécimo aniversario del atentado contra las Torres Gemelas de Nueva York. Ese mismo día, el clérigo fundamentalista cristiano Terry Jones celebraba un juicio simbólico al profeta Mahoma. Se especula con que el propio Jones, que saltó a la fama por llamar públicamente a la quema de coranes, sea uno de los productores del film que ha generado las iracundas en el mundo islámico. La película, titulada 'Inocencia de los Musulmanes', es una sátira de la vida del profeta Mahoma que ridiculiza sus acciones más veneradas por los creyentes mahometanos.

La mecha de la revuelta antiestadounidense prendió en Egipto, donde unos 2.000 manifestantes salafistas se encaramaron a los muros de la embajada de EEUU en El Cairo y llegaron a sustituir la bandera del país norteamericano por la que se conoce como enseña de Al Qaeda: fondo negro y una frase sobreimpresionada, “No hay más Dios que Alá”.

Sin embargo, las protestas ya se ha trasladado a otros países musulmanes como Irak, Irán, Túnez, Líbano, Palestina o la citada Libia, donde por el momento se han registrado los incidentes de mayor gravedad.  La última embajada norteamericana que ha sufrido el hostigamiento de los activistas islámicos ha sido la de Saná, en Yemen.

Está por ver si la satírica película provocará un alza del radicalismo islámico en un área caracterizada por la inestabilidad política. Barack Obama tendrá que medir sus pasos con suma precaución si no quiere que el extremismo religioso de unos pocos -dentro y fuera de su país- le haga perder la ventaja electoral que había acumulado tras las convenciones de los dos grandes partidos. De momento, los republicanos ya disparan balas envenenadas. Reince Priebus, presidente del Comité Nacional Republicano, acusó ayer a Obama de “simpatizar con los asaltantes de la embajada en Egipto”.


lunes, 3 de septiembre de 2012

Las posesiones españolas en África y la nueva estrategia de los inmigrantes

Fuente: Arxiu de la Cambra de Comerç, Industria i Navegació de Barcelona

Estos días hemos conocido que hasta 87 subsaharianos han llegado a la isla de Tierra, un pequeño peñasco de soberanía española muy cercano a la costa de Marruecos. 68 de ellos pisaron territorio español en la madrugada del domingo, mientras que los 19 restantes alcanzaron el peñasco en la jornada del miércoles.

Y es que parece que los migrantes han cambiado de estrategia para entrar en España. Tras las dificultades experimentadas para cruzar el Mediterráneo en patera o para saltar la valla de Melilla -durante los últimos días lo han intentado en oleadas sin éxito-, parece que los subsaharianos que buscan un futuro mejor en nuestro país -o las mafias que se aprovechan de ello- han ideado una nueva estrategia.

Menos de 100 metros separan la isla de Tierra de la playa de Sfiha, muy cerca de Alhucemas. Una distancia salvable a nado. Los migrantes que alcanzan su orilla y ponen un pie en tierra pisan suelo español. Por esta razón, el Gobierno de Madrid no puede desentenderse de lo que allí ocurre. La isla de Tierra y su vecina isla de Mar están deshabitadas. A escasa distancia, la guarnición militar del Peñón de Alhucemas vigila lo que allí ocurre desde 1673, cuando fue ocupado por las tropas de Carlos II.

Desde que fuera utilizado en 1925 por la armada española para facilitar el desembarco de Alhucemas en la Guerra del Rif, el pequeño archipiélago no gozaba de tanto protagonismo. La culpa la tienen 81 inmigrantes subsaharianos que han ideado una ingeniosa estrategia para alcanzar el deseado paraíso europeo.

El pasado miércoles, 19 personas alcanzaron la isla de Tierra, entrando en territorio español y, por tanto, implicando a las autoridades de Madrid en una engorrosa e indeseada situación. El Gobierno, consciente del delicado panorama, se encuentra entre la espada y la pared. Si acepta acoger a los subsaharianos, estará dando un incentivo al resto de personas que desean cruzar la frontera para que sigan los pasos de sus pioneros compañeros. Por contra, si los abandona a su suerte, será tachado de insensible y cruel por no hacerse cargo de seres humanos que reclaman su ayuda.

De momento, España se ha ocupado de los menores y las madres. Seis personas, entre las que se encuentran una mujer embarazada, dos niños y su madre y un tercer menor y su progenitora, han sido trasladadas a Melilla, al Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes (CETI). No obstante, mientras el Gobierno tenía este gesto, Interior dejó claro que “no nos podemos dejar chantajear por la cuestión humanitaria, tan sensible a la demagogia, para permitir la apertura de nuevas vías de acceso al territorio español”.

Por su parte, el delegado del Gobierno en Melilla, Abdelmalik El Barkani, ha culpado del incidente a las mafias que se aprovechan de la inmigración irregular. “Se trata de una acción perfectamente coordinada y orquestada por parte de las mafias que trafican con seres humanos, poniendo en peligro, si es preciso, la vida de menores”, ha asegurado.

Además, El Barkani ha aclarado que el Ejecutivo de Rajoy no tiene culpa alguna de lo ocurrido. “Cualquier consecuencia indeseable que pudiera derivarse del acceso irregular a territorio nacional no es consecuencia de la política de este Gobierno en materia de inmigración, sino de quienes hacen negocio a costa de explotar a seres humanos”, ha afirmado desde Melilla.

En cualquier caso, Madrid tendrá que buscar alguna solución para los 81 inmigrantes que permanecen en el islote español, 68 de los cuales arribaron en la madrugada del domingo. De momento, les ha suministrado ayuda humanitaria básica: agua, comida y mantas. Está por ver si finalmente el Gobierno cederá y aceptará su traslado a Melilla o a la península, o si decidirá devolverlos a Marruecos por la fuerza. El conflicto está servido.

La crisis puede poner de manifiesto el carácter arcaico de las posesiones que España mantiene en la costa marroquí. Cenizas de un imperio hace siglos apagado. Más aún, al tratarse de un islote deshabitado a pocos metros del país vecino. Dudoso, cuanto menos, su valor estratégico. Manifiesta, sin duda, la dificultad de las fuerzas españolas para evitar incursiones de inmigrantes. Costoso, muy probablemente, el dispositivo militar que requiere prevenirlas. En un momento de penurias económicas como el actual, una pregunta sobrevuela el Mediterráneo occidental. ¿Merece la pena gastar recursos en la defensa de un ridículo pedazo de tierra que no sirve sino para ensalzar un caduco orgullo imperial? ¿Tiene alguna legitimidad España para reclamar al Reino Unido la soberanía de Gibraltar, cuando es el propio país del Cid el que mantiene peñascos en geografías africanas?