Fuente: Arxiu de la Cambra de Comerç, Industria i Navegació de Barcelona |
Estos días hemos conocido que hasta 87 subsaharianos han llegado a la isla de Tierra, un pequeño peñasco de soberanía española muy cercano a la costa de Marruecos. 68 de ellos pisaron territorio español en la madrugada del domingo, mientras que los 19 restantes alcanzaron el peñasco en la jornada del miércoles.
Y es que parece que los migrantes han cambiado de estrategia para entrar en España. Tras las dificultades experimentadas para cruzar el Mediterráneo en patera o para saltar la valla de Melilla -durante los últimos días lo han intentado en oleadas sin éxito-, parece que los subsaharianos que buscan un futuro mejor en nuestro país -o las mafias que se aprovechan de ello- han ideado una nueva estrategia.
Menos de 100 metros separan la isla de Tierra de la playa de Sfiha, muy cerca de Alhucemas. Una distancia salvable a nado. Los migrantes que alcanzan su orilla y ponen un pie en tierra pisan suelo español. Por esta razón, el Gobierno de Madrid no puede desentenderse de lo que allí ocurre. La isla de Tierra y su vecina isla de Mar están deshabitadas. A escasa distancia, la guarnición militar del Peñón de Alhucemas vigila lo que allí ocurre desde 1673, cuando fue ocupado por las tropas de Carlos II.
Desde que fuera utilizado en 1925 por la armada española para facilitar el desembarco de Alhucemas en la Guerra del Rif, el pequeño archipiélago no gozaba de tanto protagonismo. La culpa la tienen 81 inmigrantes subsaharianos que han ideado una ingeniosa estrategia para alcanzar el deseado paraíso europeo.
El pasado miércoles, 19 personas alcanzaron la isla de Tierra, entrando en territorio español y, por tanto, implicando a las autoridades de Madrid en una engorrosa e indeseada situación. El Gobierno, consciente del delicado panorama, se encuentra entre la espada y la pared. Si acepta acoger a los subsaharianos, estará dando un incentivo al resto de personas que desean cruzar la frontera para que sigan los pasos de sus pioneros compañeros. Por contra, si los abandona a su suerte, será tachado de insensible y cruel por no hacerse cargo de seres humanos que reclaman su ayuda.
De momento, España se ha ocupado de los menores y las madres. Seis personas, entre las que se encuentran una mujer embarazada, dos niños y su madre y un tercer menor y su progenitora, han sido trasladadas a Melilla, al Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes (CETI). No obstante, mientras el Gobierno tenía este gesto, Interior dejó claro que “no nos podemos dejar chantajear por la cuestión humanitaria, tan sensible a la demagogia, para permitir la apertura de nuevas vías de acceso al territorio español”.
Por su parte, el delegado del Gobierno en Melilla, Abdelmalik El Barkani, ha culpado del incidente a las mafias que se aprovechan de la inmigración irregular. “Se trata de una acción perfectamente coordinada y orquestada por parte de las mafias que trafican con seres humanos, poniendo en peligro, si es preciso, la vida de menores”, ha asegurado.
Además, El Barkani ha aclarado que el Ejecutivo de Rajoy no tiene culpa alguna de lo ocurrido. “Cualquier consecuencia indeseable que pudiera derivarse del acceso irregular a territorio nacional no es consecuencia de la política de este Gobierno en materia de inmigración, sino de quienes hacen negocio a costa de explotar a seres humanos”, ha afirmado desde Melilla.
En cualquier caso, Madrid tendrá que buscar alguna solución para los 81 inmigrantes que permanecen en el islote español, 68 de los cuales arribaron en la madrugada del domingo. De momento, les ha suministrado ayuda humanitaria básica: agua, comida y mantas. Está por ver si finalmente el Gobierno cederá y aceptará su traslado a Melilla o a la península, o si decidirá devolverlos a Marruecos por la fuerza. El conflicto está servido.
La crisis puede poner de manifiesto el carácter arcaico de las posesiones que España mantiene en la costa marroquí. Cenizas de un imperio hace siglos apagado. Más aún, al tratarse de un islote deshabitado a pocos metros del país vecino. Dudoso, cuanto menos, su valor estratégico. Manifiesta, sin duda, la dificultad de las fuerzas españolas para evitar incursiones de inmigrantes. Costoso, muy probablemente, el dispositivo militar que requiere prevenirlas. En un momento de penurias económicas como el actual, una pregunta sobrevuela el Mediterráneo occidental. ¿Merece la pena gastar recursos en la defensa de un ridículo pedazo de tierra que no sirve sino para ensalzar un caduco orgullo imperial? ¿Tiene alguna legitimidad España para reclamar al Reino Unido la soberanía de Gibraltar, cuando es el propio país del Cid el que mantiene peñascos en geografías africanas?
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