La excepcionalidad de Marruecos también se hace notar, aparte de en sus aspectos históricos, políticos o religiosos, en lo que se refiere a sus relaciones exteriores. Su envidiable posición estratégica, al ser el único país árabe que cuenta tanto con salidas al océano Atlántico como al mar Mediterráneo, así como su condición de puerta sur del Estrecho de Gibraltar, hacen del territorio marroquí una pieza clave para la estabilidad del comercio marítimo mundial. Considerado “aliado preferencial” por Estados Unidos, el reino alauí es fiel colaborador de Washington en la lucha contra el integrismo islámico. En 2002, además, ambos países firmaron un acuerdo de libre comercio. Dos años antes, Marruecos ya había accedido a levantar sus barreras aduaneras con la Unión Europea, con la que mantiene una “alianza estratégica”.
Las relaciones entre Bruselas y Rabat también son cordiales, pese a la disputa territorial que Marruecos mantiene con uno de los Estados miembros de la UE: España. Las ciudades autónomas de Ceuta y Melilla –además de los enclaves de soberanía española repartidos por toda su costa mediterránea- son objeto de deseo del nacionalismo marroquí. En cualquier caso, los intereses entrecruzados facilitan el acercamiento a los dos lados del Estrecho. Europa necesita a Marruecos para frenar el tráfico de drogas –las montañas del Rif contienen las mayores plantaciones de cannabis del mundo- y la migración subsahariana irregular. Por su parte, la economía marroquí es muy dependiente de las inversiones y el comercio comunitario.
Esta posición geopolítica privilegiada confiere a Marruecos un status en la sociedad internacional que refuerza su singularidad.
Nota: este breve texto sirve de apoyo al artículo que publiqué el día 1 de mayo de 2013 en Hemisferio Zero: http://hemisferiozero.com/2013/05/01/la-excepcion-marroqui/
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