Llevamos varios días asistiendo atónitos a la retahíla de excusas proferidas por distintas autoridades españolas sobre la muerte de al menos 15 migrantes en Ceuta. Ante la estupefacción general, el periódico El País se ha convertido en altavoz del CNI para publicar en portada que "30.000 inmigrantes aguardan en Marruecos para saltar a Ceuta y Melilla". Pues bien, esta humilde entrada de blog trata de responder a esa alarmista primera página del diario hispano más prestigioso. ¿Sabe el responsable de la citada información que solo la Ciudad Autónoma de Ceuta recibe a diario 30.000 entradas de marroquíes que trabajan limpiando las casas o sirviendo los platos y las cañas que luego disfrutan los ceutíes? ¿Sabe que la frontera de Ceuta es la séptima más desigual del mundo y que aproximadamente 400.000 personas viven del comercio transfronterizo a través del paso del Tarajal?
Claro que hay 30.000 migrantes en Marruecos esperando a cruzar a Ceuta y a Melilla. De hecho, ninguna de las dos ciudades podría sobrevivir económicamente de no ser por la permeabilidad (selectiva e hipócrita) de sus fronteras.
Hace unos meses realicé un trabajo de investigación sobre las políticas migratorias españolas y europeas en la frontera de Ceuta. Recojo a continuación un extracto que recaba datos a tener en cuenta para conocer mejor el contexto del "conflicto" ceutí en relación a la migración:
La frontera de Ceuta como espacio de conflicto
El comienzo de la securización de la frontera de Ceuta se remonta a la década de los 80, cuando España preparaba su ingreso en la Union Europea y en los Acuerdos de Schengen. Fue en 1985 cuando el Gobierno de Felipe González promulgó una ley de inmigración que restringió la entrada de extranjeros en el país. Más tarde, en 1991, bajo una directiva de la Comisión Europea, España comenzó a exigir visados a los ciudadanos magrebíes que querían entrar en el territorio nacional (Gold, 2000: 11). El siguiente paso fue la fortificación y militarización del límite ceutí, que comenzó en 1995, tras unos disturbios protagonizados por inmigrantes subsaharianos que demandaban unas condiciones de vida dignas y un rápido traslado a la España peninsular (Soddu, 2002: 69). Fue entonces cuando la frontera de Ceuta comenzó a ascender puestos en la agenda de seguridad de las autoridades estatales y europeas. Al levantamiento de una alambrada metálica le siguió la construcción del Campamento de Calamorraco, un espacio habilitado para los migrantes que conseguían llegar a la ciudad autónoma de forma ilegal. En el año 2000, fue sustituido por el Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes (CETI), financiado en un 30% con fondos comunitarios FEDER (Soddu, 2002: 136). La securización tomó un nuevo impulso en 2005, tras la muerte de cinco inmigrantes que trataban de cruzar la valla a manos de los cuerpos de seguridad fronterizos (Ferrer y Van Houtum, 2010). A partir de entonces los pasos de Ceuta y Melilla se convirtieron en “los dos puntos fronterizos más fuertemente protegidos de la UE” (Ferrer y Planet, 2012: 33).
Los seis metros de altura de la doble valla metálica que recorre en la actualidad el límite euromarroquí son un icono de la ‘Europa Fortaleza’ (Ferrer y Planet, 2012: 34). 942 agentes de Policía y Guardia Civil, cámaras, cables microfónicos y sistemas de infrarrojos tratan de evitar el tránsito no reglado a través de la frontera ceutí (Ferrer, 2008a: 141). En definitiva, como recuerda Nair (2008: 18), “los conceptos de ley, ciudadanía y derechos humanos, pilares del Estado-nación moderno construido en el imaginario europeo, son puestos a prueba en Ceuta, donde se encuentran con uno de los últimos muros de la Europa Fortaleza”.
La frontera de Ceuta como espacio de encuentro
Pese a lo que pudiera parecer por lo descrito hasta ahora, la frontera ceutí es más flexible de lo que
aparenta. El límite, dibujado desde arriba por las políticas de fronterización externa de la UE, es
renegociado por las comunidades fronterizas. En Ceuta, la creciente interacción entre ambos lados desafía la idea de ‘choque de civilizaciones’ que el observador podría figurarse en un principio. (Ferrer, 2008b: 316-317). Según la Delegación del Gobierno en Ceuta, la frontera del Tarajal recibe hasta 30.000 entradas diarias, en su mayor parte marroquíes que trabajan en el sector doméstico, construcción y hostelería (Ferrer, 2011a: 372). Ya sea para acudir a su puesto de trabajo o para adquirir productos a bajo precio que puedan revender en el lado marroquí, ese movimiento transfronterizo continuo pone en tela de juicio la imagen de la frontera ceutí como raya infranqueable. Gracias a la cláusula especial que el Tratado de Schengen reserva a Ceuta –también a Melilla-, los ciudadanos marroquís de la provincia adyacente de Tetuán pueden acceder libremente a la Ciudad Autónoma sin necesidad de un visado (García, 1999: 225). De no ser por esta excepcionalidad la economía quedaría asfixiada, pues es altamente dependiente de la interactuación con su ‘hinterland’ (Ferrer y Planet, 2012: 34).
De esta forma, en la frontera ceutí se practica una impermeabilización selectiva (Bialasiewicz et al., 2009: 85), el límite actúa como filtro de los movimientos transfronterizos no deseados. Esta contradicción, que Ferrer (2008a: 145) ha denominado “perfil acrobático y selectivo de las prácticas de fronterización socioespacial”, se caracteriza por la tolerancia al contrabando, alrededor del cual se calcula que viven 400.000 personas (Cembrero, 2006: 234 en Ferrer, 2008a: 138) - generando 600 millones de euros anuales (Moré, 2007: 62)-, y la tenaz persecución de la migración no reglada.
Según la clasificación de fronteras desiguales recopilada por Moré (2007: 16), el límite entre España y Marruecos ocupa el séptimo lugar del mundo, además de ser el más desigual de la UE y de cualquier país de la OCDE.
En cualquier caso, en la frontera de Ceuta se da una circunstancia particular: Marruecos reclama para sí el territorio de la Ciudad Autónoma. Al no reconocer la pertenencia de Ceuta a España y, por tanto, a la UE, Marruecos tampoco reconoce formalmente la frontera. Esta circunstancia obstruye la interacción transfronteriza (Ferrer, 2011b: 31). Además, conlleva la inexistencia de una aduana comercial, facilitando así el comercio atípico o contrabando, del que, como hemos visto, vive un importante número de personas. Es por ello que, aunque Marruecos no reconozca la frontera, su periferia norte se ve obligada a interactuar en ella para sobrevivir (Ferrer 2008b: 317).
En opinión de Mohamed Mustafá, ceutí de 35 años, “las relaciones hispano-marroquís se notan en la frontera: cuando son fluidas, los pasos son fluidos y cuando son crispadas o tienen algún tipo de altibajo también repercute en la frontera. A mayor conflictividad, mayor dificultad para acceder a Marruecos o para volver a Ceuta”. Respecto del comercio atípico, explica que “el paso transfronterizo siempre ha sido muy irregular: el contrabando, el hecho de que no sea una aduana propiamente dicha y no esté reconocida como una frontera”. Mustafá también da cuenta de la permeabilización selectiva que caracteriza a la frontera. “La valla no es algo que haya influido en el paso fronterizo para el ciudadano de a pie, pasa prácticamente desapercibida. Se trataba de evitar el paso de los inmigrantes subsaharianos, pero aun así siguen llegando. Utilizan embarcaciones de plástico, bidones o botellas de cinco litros a modo de flotador. O incluso a nado. Es como ponerle vallas al campo”, concluye.
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