Como ya decíamos, el mundo en el que vivimos se asienta sobre las más irrisorias ficciones. Ficciones que adquieren tintes de verdades absolutas, pero que en el fondo no dejan de ser castillos de papel con cimientos de plastilina. Este mundo patas arriba en el que los cuerdos son encerrados en psiquiátricos mientras los lunáticos llevan las riendas nuestros destinos, también lo comentábamos, encuentra un resquicio de esperanza en las jóvenes generaciones ansiosas de construir un mundo mejor. No hay mejor ejemplo de ello que lo que acontece en estos momentos en el vecino del norte. La juventud francesa ha tomado las calles para reivindicar su derecho a tomar parte en las decisiones que modelarán su futuro. Alrededor de 500 institutos de secundaria cerrados así lo atestiguan. Sin la mediación de ningún partido político, los jóvenes se manifiestan en París, Lyon o Marsella para reclamar una vida mejor, alejada de intereses especulativos y servidumbre hacia los que ostentan el poder.
Mientras, al otro lado del Canal de la Mancha, el nuevo gobierno británico anuncia recortes de gasto público en materia de educación. ¡Qué paradoja! Al mismo tiempo que en Francia el movimiento estudiantil encabeza una revuelta contra las políticas gubernamentales, en el Reino Unido se asfixia a la juventud limitando la inversión en su formación. Empeora así la calidad de la educación pública inglesa, por lo que se favorece al sector privado, allí donde se forman los hijos de las clases pudientes. Las crisis siempre la pagan los mismos: los más débiles. Con la muy manida excusa de recortar el déficit público, los gobiernos cómplices de este tsunami neoliberal, aplican la tijera sobre aquellos sectores menos rentables a corto plazo, como por ejemplo la educación. Además, cuanto peor sea la educación de las clases bajas, menor será su capacidad para darse cuenta de que se pueden cambiar las cosas. Y a la vez, más posibilidades tendrán los hijos de los ricos de reemplazar a sus padres en los puestos relevantes. Es la retroalimentación de esta gran rueda que nunca para de girar. Hasta que vuelque.
Y es que tarde o temprano la humanidad se dará cuenta de la falta de sentido que este mundo adolece. Un sistema que prima a la mentira sobre la honradez o a la mafia sobre la ética no puede sostenerse eternamente. Compañías como Monsanto, que se dedica a extorsionar legalmente a los granjeros estadounidenses obligándoles a cultivar su semilla patentada transgénica, incurriendo así en una posible intoxicación masiva de la población, al comercializar alimentos manipulados genéticamente y todavía sin testar su salubridad al 100%, son las que hacen que este sistema apeste. Es por ello que la razón humana debe darse cuenta de que existe otro camino. No solo el beneficio económico debe importar, también el futuro de todos nosotros como conjunto humano debe ser tenido en cuenta. Convencer al mayor número de personas posible de que el axioma de la rentabilidad económica no tiene por qué ser la ley divina que rija nuestras vidas es la ambiciosa meta que debe marcarse todo individuo consciente en la actualidad.
Jaime
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