El 12-M también se ha celebrado en Copenhague. La rama danesa del movimiento Occupy respondió a la llamada de los indignados españoles y convocó una manifestación por las calles de la capital escandinava. Como es costumbre en Dinamarca, la marcha transcurrió en un ambiente festivo. Los activistas realizaron una performance para denunciar la verticalidad del sistema político actual, en el que políticos y banqueros manejan los designios de los Estados sin tener en cuenta los intereses de los ciudadanos. Alrededor de medio millar de personas secundaron el acto, ensombrecido por las intempestivas condiciones climatológicas. No obstante, a pesar del fuerte viento y lluvia ocasional, la manifestación alcanzó su objetivo: el Parlamento danés. A sus puertas, un representante de la revolución islandesa narró a los presentes las increíbles gestas realizadas por la población de la pequeña isla atlántica: allí consiguieron tumbar al Gobierno, juzgar al Presidente y rescribir la Constitución del país.
Hostigados por las fuertes rachas de viento, los manifestantes decidieron refugiarse en una plaza del centro de la ciudad: precisamente frente al edificio de la bolsa danesa. Allí, al pie del reducto de los especuladores del país, Occupy Copenhague cedió la palabra a los indignados españoles. Una integrante del 15-M madrileño leyó un comunicado en el que denunciaba el deterioro de los derechos sociales y políticos de los españoles y animaba a continuar la lucha global.
Así pues, un año después de la explosión social en las plazas españolas, el espíritu de Sol sigue alumbrando a miles de kilómetros de distancia. Ni siquiera las lejanas y oscuras tierras danesas han sido ajenas a esta ola imparable de dignidad ciudadana.
Aquí podéis ver el discurso de la "portavoz" del 15-M español, en inglés, y algunas fotos de la manifestación.
Yo estuve allí. Recuerdo aquel martes como si fuera ayer. Estaba comiendo en la facultad cuando un amigo se sentó a mi lado. “Han acampado”, me dijo. “Ayer desalojaron la plaza, pero esta tarde hay otra concentración”. Me quedé sorprendido. El domingo había estado en la manifestación, pero me fui a casa antes de que nada especial ocurriera. “A las ocho en Sol”, me aclaró mi amigo. “Ahí nos vemos”, le contesté, todavía algo contrariado.
Hace ya casi un año de aquello. Sin embargo, se conserva fresco en mi memoria. Aquellos días de mayo algo nuevo nació en nosotros. Algo que no habíamos experimentado hasta entonces. Muchos éramos veteranos de la movilización callejera. Habíamos luchado por una vivienda digna y por una universidad pública de calidad, contra el racismo y contra la impunidad de los poderosos. Pero aquel 17 de mayo algo nuevo iba a ocurrir.
Al día siguiente tenía un examen. Me quedaban tres para acabar la carrera, y no podía permitirme dejarlos para septiembre. Pasé la tarde en la biblioteca, tratando de concentrarme en mis apuntes de Ética y Deontología de la Información. No obstante, la tentación de consultar internet a cada rato era demasiado grande. Facebook, Twitter, los periódicos nacionales, toda opción era poca para tratar de informarme sobre lo que acontecía en la Puerta del Sol. Imposible. Lo que aquel día llevó a la gente a las plazas fue el boca a boca y el famoso “pásalo” del móvil. Recuerdo que a lo largo de aquella tarde hasta tres amigos de diferentes círculos me enviaron mensajes informándome de la cita. Fue tras recibir uno de aquellos mensajes cuando supe que algo grande se estaba fraguando. Marcos, un amigo poco dado a la protesta, me preguntaba si acudiría. “A las ocho en Sol”, le contesté con dedos temblorosos. La emoción que sentí durante aquellas horas es muy difícil de describir. Años esperando que la juventud tomara conciencia de la realidad. Años anhelando un estallido social que pusiera de manifiesto las contradicciones endémicas del sistema. Años, en definitiva, mascando la certeza de que el conformismo de los que me rodeaban nunca se erradicaría.
Ya en el metro supe diferenciar a los que nos acompañarían en la plaza. Muchos estudiantes viajaban en la línea amarilla camino de Sol. Mis amigos y yo, sin embargo, decidimos bajarnos una parada antes. Acostumbrados a la represión de las concentraciones no autorizadas, desconfiábamos de lo que podía ocurrir esa tarde. Callao nos vio salir callados. Tensos. Con ganas de alcanzar la Puerta del Sol cuanto antes y sentirnos así refugiados entre la multitud afín. Fue llegar y tener escalofríos. Eran las ocho y cuarto y ya había mucha gente. Mucha más de la que imaginábamos. Pese a las altas expectativas generadas durante las horas previas y a la impresionante movilización en la marcha del domingo, aquella protesta del martes no dejaba de ser ilegal. Y, además, en contra de un desalojo policial. Ingredientes suficientes como para desincentivar la participación de la mayoría. Pero ese escepticismo, intrínseco a aquel que ha vivido los fracasos del pasado, se borró pronto.
La indignación fue lo que llenó las plazas, pero fue la ilusión lo que las mantuvo abarrotadas. Aquel 17 de mayo supuso el empujón definitivo al movimiento ciudadano más importante que han visto las calles madrileñas desde la Transición. Infringiendo la ley y desafiando a la autoridad, miles de personas de toda edad y condición (más jóvenes que mayores y más españoles que extranjeros, eso sí) salieron a protestar contra el deterioro de un sistema político y económico cada vez más deslegitimado. Haciendo gala de creatividad y arrojo, inventaron nuevas formas de protesta y no las abandonaron a pesar de las prohibiciones y descalificaciones provenientes de tribunales, partidos políticos y medios de comunicación. Los participantes dieron alas a esa esperanza tanto tiempo marchita de que la realidad está para transformarla. Por unos días, todo pareció posible.
Ahora, casi un año después, las cosas se ven de un modo muy distinto. Hemos asistido a luchas intestinas y fraccionamientos, a decisiones unilaterales e insultos personales. Pero, también, al fortalecimiento de la sociedad civil, a la constitución de cientos de asambleas que fomentan el debate ciudadano, a la construcción de redes que alumbran posibles soluciones a los problemas reales. Plataformas y cooperativas, referéndums y conferencias. Iniciativas de base que tratan de concienciar y empoderar a la ciudadanía frente a un sistema oligárquico y opaco.
Sin duda, 360 días después, el 15-M arroja más luces que sombras. Luces que alumbran un camino claro: el de una #democraciarealya, una #spanishrevolution, un #nolesvotes, un #tomalaplaza y un #notenemosmiedo. Y, como queda tanto por hacer, hay que dejar bien claro que #estonoseacaba.
El 1º de mayo es una fecha muy especial en Copenhague. Los daneses salen a las calles para celebrar el Día Internacional de los Trabajadores. En un ambiente festivo, acuden a alguna de las manifestaciones convocadas para la ocasión. La afluencia masiva no es de extrañar. Dinamarca es uno de los países con mayor proporción de afiliados a sindicatos y partidos políticos. Por tanto, el 1º de mayo la militancia se demuestra en las calles. Más tarde, al finalizar las marchas, la gente se reúne en diferentes parques de la ciudad para celebrar fiestas multitudinarias al aire libre. Por supuesto, la cerveza y la música son invitados indispensables a estas reuniones. Para los daneses, el 1º de mayo es una fecha señalada en rojo en el calendario. Un día para celebrar.
Aquí os dejo algunas imágenes de la manifestación más juvenil y alternativa, una de tantas que recorrieron Copenhague ayer.