Cuando los tiempos de crisis arrecian, el ser humano siempre tiende a buscar modelos de gestión alternativos que puedan poner fin a los problemas. En el mundo actual, uno de los modelos más envidiados es el escandinavo. Sociedades modernas e igualitarias, alto nivel de bienestar y gran concienciación respecto al medio ambiente, son algunos de los rasgos que definen a esta región, única en el planeta. Formada por Dinamarca, Suecia, Noruega, Finlandia e Islandia, Escandinavia se erige en el último bastión del Estado del Bienestar. En un mundo occidental cada vez más aquejado por la austeridad fiscal y los recortes en el sector público, los países nórdicos parecen quedarse solos en la garantía total del bienestar colectivo a sus ciudadanos. De los cinco países que forman la región, destaca uno en concreto: Dinamarca.
Dinamarca es un pequeño país del norte de Europa de apenas cinco millones de habitantes. Tiene la presión fiscal más alta de la Unión Europea, pero sus ciudadanos –según diferentes estudios- son los más felices del mundo. Conjuga, además, un sistema político muy participativo y plural con una monarquía hereditaria que es la más antigua del mundo. Actualmente, Dinamarca goza de importante peso en las organizaciones internacionales, al ostentar la presidencia rotatoria de la Unión Europea y tener a un ex Primer Ministro comandando la OTAN. Además, gracias a su frontera terrestre con Alemania y a su atractivo arquetipo socio-económico, el país de Hans Christian Andersen ha sido un importante polo receptor de migración en las últimas décadas.
Hace pocos días, la ONU publicaba su Informe sobre la Felicidad Mundial. Un año más, Dinamarca sigue a la cabeza, justo por delante de Suecia y Finlandia. A priori, podría parecer complicado de entender: un país caro, frío, oscuro, sin paisajes impresionantes ni gastronomía que deleite al paladar. No obstante, los daneses saben apreciar su alta calidad de vida, las cómodas prestaciones otorgadas por el Estado, el igualitarismo social o la escasa contaminación de sus ciudades.
Si por algo es conocida Dinamarca, es por su amplio Estado del Bienestar, soportado por altas cargas impositivas a las rentas del trabajo. Hasta el 60% del salario de muchos trabajadores daneses es retenido por las arcas públicas. Esta astronómica cifra, sólo comparable a sus vecinos escandinavos y sin parangón en el resto del mundo occidental, permite sufragar una extensísima cobertura social que va mucho más allá del subsidio de desempleo o la sanidad y educación públicas. En Dinamarca, las parejas jóvenes no tienen miedo a tener hijos porque la baja maternal se alarga durante nueve meses y la paternal hasta las 14 semanas. Además, el Estado otorga una renta mensual de 150 euros por hijo hasta que cumpla los 18 años. En ese momento, el joven pasa a cobrar de la Administración una cuantía algo más elevada. Y, si decide estudiar en la universidad, tendrá derecho al conocido como Apoyo Educacional (Statens Uddannelsesstøtte): alrededor de 650 euros mensuales percibidos durante un máximo de seis años por todo universitario danés que lo solicite. Y, por si fuera poco, todo el sistema educativo público danés, desde la guardería hasta el postgrado, es gratuito. Y no sólo para los daneses, también para el resto de ciudadanos de la Unión Europea.
Lise Rom Petersen nació en Holte, una pequeña localidad cerca de Copenhague, hace 21 años. Estudia Magisterio en una universidad pública de la capital danesa. Lleva dos años recibiendo el Apoyo Educacional, lo que le ha permitido salir de la casa de sus padres para vivir por su cuenta. Sin embargo, debido a los altos precios de alquiler en Copenhague, Lise se ve obligada a trabajar algunas horas en una cafetería. “No sé por qué en España el Estado no ayuda a los jóvenes a independizarse, ahora entiendo por qué viven con sus padres hasta los treinta y tantos”, comenta entre risas. Lise es uno de tantos jóvenes daneses que tienen la oportunidad de desarrollarse humana e intelectualmente con el apoyo de la financiación pública. El Estado, pese a no exigir una devolución del dinero invertido, suele verse recompensado años más tarde, cuando esos jóvenes convertidos ya en adultos contribuyentes, paguen con gratitud sus impuestos correspondientes.
Otra virtud de Dinamarca reside en su abierto sistema político. La pluralidad de opciones políticas es fácil de apreciar observando un debate electoral danés. A diferencia de España, donde las opciones se reducen a un cara a cara entre los dos partidos mayoritarios, en Dinamarca es común la participación de hasta ocho representantes políticos en los debates. El Parlamento (Folketing) se encuentra muy fraccionado, teniendo el partido más votado apenas un cuarto de los asientos. Tras la últimas elecciones parlamentarias, celebradas en septiembre de 2011, el Partido Socialdemócrata volvió al poder, pero tuvo que compartir el Gobierno con otras dos formaciones, cuyo apoyo indispensable necesitaba para alcanzar mayoría en la cámara. El reparto de las carteras ministeriales entre diferentes partidos es muy común en el país nórdico, dónde no se ha dado un Gobierno monocolor en los últimos cincuenta años. Y es que, si hay alguna palabra importante en la política danesa, esa es “consenso”. Existe la costumbre de tomar las decisiones con el apoyo de la mayoría de fuerzas, dando así estabilidad y continuidad a las medidas adoptadas. Anders Peter Hansen, profesor de Ciencias Políticas en la Universidad de Copenhague, explicaba así la diferencia fundamental entre la política escandinava y la mediterránea: “en el sur de Europa se gobierna por mayoría, el Gobierno de turno legisla a su antojo sin buscar el consenso con el resto, lo que provoca que la siguiente Administración deshaga todo lo hecho nada más llegar al poder”.
Si existe algún gran consenso en la política danesa, ese es sobre el Estado del Bienestar. Ningún partido con aspiraciones de gobierno se atreve a poner en duda la existencia del mismo. Ni siquiera el bloque conservador que ha gobernado la última década ha recortado los servicios sociales. Sólo la Alianza Liberal, partido con escasa representación, alza la voz contra el amplio sector público. Ahora, con la vuelta de la socialdemocracia al poder, se espera que el Estado del Bienestar, en vez de menguar como ocurre en el resto del continente, sea reforzado. Pero, para Christian F. Rostbøll, también profesor de la Universidad de Copenhague, no está siendo así. “El nuevo Gobierno de centro-izquierda está decepcionando a aquellos que esperaban un giro económico a la izquierda”, afirma.
Uno de los elementos que definen la política de un país es su sistema electoral. El danés comparte algunas similitudes con el modelo español: es proporcional y utiliza la ley D’Hondt para repartir los escaños. No obstante, una gran diferencia entre ambos reside en las listas. Mientras que en España las listas son cerradas y bloqueadas, en Dinamarca son abiertas. Esto significa que, si los españoles sólo podemos optar por una lista de nombres previamente elaborada por los partidos -sin opción alguna a modificarla-, en Dinamarca los ciudadanos tienen la capacidad de elegir directamente al candidato que más confianza les inspire, más allá de los líderes más mediáticos y sus camarillas. Sin embargo, la principal diferencia entre los dos sistemas, y que hace al modelo danés mucho más representativo, es la diferente distribución de las circunscripciones. En Dinamarca, se utilizan dos niveles territoriales para distribuir los escaños. Por un lado, el país se divide en diez circunscripciones plurinominales a las que se reparten 135 asientos de los 179 que componen el Parlamento. Para compensar la desviación originada por circunscripciones con desigual peso demográfico, existe un segundo nivel territorial: tres provincias electorales entre las que se distribuyen otros 40 asientos. Finalmente, los cuatro escaños restantes están reservados a los dos territorios de ultramar: Groenlandia y las Islas Feroe. Este complejo procedimiento sitúa al danés como uno de los sistemas más proporcionales que existen. Por contra, España está a la cola en el índice de proporcionalidad de los sistemas formalmente proporcionales.
Aun así, no todo son buenas noticias en el tranquilo país escandinavo. La situación geopolítica de Dinamarca -único país escandinavo que comparte frontera terrestre con el resto de la Unión Europea-, unida a su seductor modelo socio-económico ha atraído a multitud de migrantes en las últimas décadas. Esto ha puesto en alerta a algunos sectores de la nación danesa, alarmados ante la posibilidad de desestabilización de su pequeña, homogénea y eficiente sociedad. Es por ello que el partido anti-inmigración danés se ha convertido en la tercera fuerza política del país, habiendo formado parte de los gobiernos conservadores de la última década. De todas formas, la formación ultranacionalista ha retrocedido en apoyos tras las últimas elecciones, lo que indica que la preocupación de los daneses por la inmigración se ha relajado. Además, como expresa Rostbøll, “la gran noticia sobre el cambio de Gobierno en Dinamarca es que ya no se harán más concesiones a la extrema derecha”.
De cara al exterior, el peso de Dinamarca se ha reforzado notablemente en los últimos tiempos. Desde el pasado 1 de enero ejerce la presidencia rotatoria de la Unión Europea, con el poder simbólico que ello conlleva. Helle Thorning-Schmidt, la nueva jefa del Ejecutivo danés, ha visto reforzado su protagonismo en Bruselas en estos primeros meses de mandato. Por otro lado, Anders Fogh Rasmussen, quien otrora ocupara el asiento de Thorning-Schmidt, desempeña el cargo de Secretario General de la OTAN. Este hecho es un claro gesto de los aliados occidentales al esfuerzo militar realizado por Dinamarca en las últimas décadas. La Dannebrog (bandera danesa) ha participado en todas las grandes contiendas militares llevadas a cabo por la Alianza desde los años 90. Bosnia, Kosovo, Afganistán, Irak y Libia no han sido ajenos a la fuerza bélica danesa. Quizás su gran implicación en la OTAN es la razón que lleva a Dinamarca a ser el único país de la Unión Europea que no participa en la Agencia de Defensa continental.
En definitiva, este minúsculo país de apenas cinco millones de habitantes representa una alternativa a la corriente ideológica mayoritaria que arrastra a Europa a la austeridad fiscal y adelgazamiento de los servicios públicos. Pese a tener sus defectos, Dinamarca es un ejemplo en cuanto a calidad democrática y protección de sus ciudadanos se refiere. Su sistema político plural permite que los ciudadanos puedan canalizar eficazmente sus demandas a través de las vías institucionales. Su amplísima cobertura estatal facilita que los daneses vivan sin una angustia económica continua. Todo ello, además de mejorar sus ratios de felicidad, permite a todos sus habitantes aspirar al ascenso social y a la consecución de sus expectativas vitales. Sin duda, la joya de la Corona danesa no reside en el palacio de la Reina, sino en los generosísimos servicios sociales provistos por el Estado.
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