Ya ha pasado un año. Trescientos sesenta y pico días de nuevas experiencias. De nuevas vivencias tan inolvidables como efímeras. Tan trascendentes como irrelevantes. Doce meses conociendo nuevos lugares, nuevas personas, nuevas ideas. Doce meses aprendiendo de viejos lugares, viejas personas, viejas ideas. Ocho mil setecientas sesenta horas repletas de errores y aciertos, de ilusiones y decepciones, de rutinas y sorpresas. Quinientos veinticinco mil seiscientos segundos descubriendo, recordando, queriendo, ignorando, mirando, esquivando… Viviendof. Con f al final, como hablan los quiteños.
Recuerdo los primeros días. Cuando lo nuevo me evocaba lo viejo. Cuando paseando por la Avenida 10 de Agosto me sentía en la Hans Christian Andersen de Copenhague. Cuando me quedaba embobado viendo el Panecillo. Cuando me horrorizaba cruzarme con legiones de niños ansiosos por limpiarme los zapatos a cambio de unos centavos. Cuando me enervaba con los conductores que ignoraban los pasos de peatones. Cuando observaba a las dignas mujeres indígenas con ojos de antropólogo eurocéntrico. Cuando chismoseaba contra el machismo generalizado. Cuando me deleitaba con los imponentes volcanes.
Todavía hoy sigue ocurriéndome.
Me sobrecojo al ver al Cotopaxi cada mañana. Grito cuando un “carro” viola mis derechos de ciclista. Me indigno al ver a un “guagua” arrodillado ante un hijueputa trajeado. Siento la tentación de sacar la cámara al pasar junto a una otavaleña.
Hay cosas que un año no cambian.
“¿No llevas más que un año acá?”, me preguntaron el otro día. “Nada menos”, contesté. Mucho o poco, un año es un año.
“Guerra al tiempo”, exclama la piel de una amiga. No sé si hay que empuñar las armas. De lo que estoy seguro es que hay que vivir. Vivir alegre, como enseñan las paredes de Cuenca. O al menos intentarlo. Unas veces se consigue y otras no. A rachas. Pero vivir. Y, si se puede, ignorar al tiempo.
En general, ha sido un año alegre. O al menos eso es lo que hay que decir a la familia y a los amigos que están lejos, necesitados de palabras tranquilizadoras que sirvan de morfina.
Ha sido un buen año, sí. Prejuicios rotos. Amistades forjadas. Baches superados. Calles pateadas. Choros esquivados. Visas renovadas. Cursos aprobados. Selvas exploradas. Volcanes escalados. Metas conseguidas.
Con lodo en las botas y sonrisa en la cara. La vida fluye. Año a año. Eso es lo que importa.
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