Hace pocos días una noticia revolucionó a la opinión pública española. Los toros, la fiesta nacional, fue declarada ilegal en una parte del territorio español. La tradición más significativa de un país, por la cual es conocido fuera de sus fronteras, es ahora clandestina en una parte de él. Entre la indignación de unos y el éxtasis de otros, la decisión del Parlamento de Cataluña dio paso a todo tipo de reacciones. Lástima que la gran mayoría de ellas no se puedan inscribir bajo otra bandera que la de la hipocresía.
Hipócritas unos por clamar por su libertad, poniendo el grito en el cielo por el mancillamiento de uno de sus derechos más elementales, cuando esa misma libertad es pisoteada, apaleada, escupida, violada y vilipendiada una y otra vez sin que abran ni un milímetro sus putrefactas bocas. Porque la libertad es una palabra demasiado bella como para utilizarla con ese fin. Porque la libertad para torturar y asesinar a un animal y hacer escarnio público de ello no merece ser llamada así. No es libre aquel que mata y tortura, sino cruel. Libre es aquel que pudiendo matar y torturar, decide no hacerlo, ejerciendo su responsabilidad como ser humano. Porque si algo entraña la libertad es responsabilidad. Responsabilidad para actuar siguiendo unos valores, unos principios morales previamente recapacitados. Libre es aquel que, pudiendo hacer o dejar de hacer, actúa siguiendo lo que le dicte su conciencia, sin dejarse determinar por lógicas externas. Así pues, la libertad para torturar a animales indefensos, así como la libertad de un banco para exigir el cobro de un crédito a una familia en bancarrota, la libertad de un medio de comunicación para difundir la realidad tergiversada o la libertad de un partido político para engañar a los ciudadanos con el fin de conseguir votos; no son más que falsificaciones del verdadero concepto de libertad. Una libertad irresponsable asimilada por la ciudadanía como un dogma. Combatir estas falacias es la labor del Derecho. En teoría. Por una vez que la ley actúa coherentemente, la aplaudimos. No habrá mas tortura taurina en Cataluña. ¿O sí?
Hipócritas otros por erigirse en protectores de los seres indefensos y ocultar sus rancios intereses nacionalistas. Juntar a miles de personas en una plaza de toros para que observen y aplaudan cómo un tipo vestido de brillantina se burla de un animal herido y medio desangrado hasta que por fin lo mata con su espada, es tortura. Juntar a miles de personas en la plaza de un pueblo para que se burlen una y otra vez de un animal aterrorizado cuyas astas arden como dos antorchas, también lo es. Que la sangre corra o no: es una anécdota. Lo peor es que un grupo de seres humanos, dotados de un cerebro desarrollado, se divierta con el sufrimiento de un ser aturdido que no goza de nuestras cualidades neuronales. Reírse de alguien inferior es cruel. Y la crueldad es una forma de tortura.
Hipócritas, por tanto, aquellos que desacreditan una prácticas y toleran otras solo por el lugar donde han sido originadas o por las connotaciones culturales que encierren. Los “toros-antorcha” o “correbous” son una fiesta tradicional de las comarcas del bajo Ebro, autóctonas de Tarragona. Quizá por ello no solo no han sido ilegalizadas al igual que las corridas de toros, sino que el mismo Parlamento catalán trata de reafirmarlas. Del otro lado, las corridas de toros, símbolo inequívoco de la “cultura” española, famosas en el mundo entero y asociadas indisolublemente a este país. Quizá esa sea la razón de su terminación en la Cataluña actual, muy preocupada de avanzar cada día en su catalanidad, aplastando si para ello es necesario cualquier vestigio de rasgo hispano. Perfecta definición de hipocresía: dos mismos hechos son tratados de diferente manera según lo que interese. Se ilegaliza uno clamando por la protección de los animales, se protege otro arguyendo la identidad cultural y nacional.
Triste mundo este en el que algunos piensan que por cambiar su bandera cambiarán sus vidas. No parecen darse cuenta de que no importa el color o el escudo del símbolo bajo el que se justifique el dominio, lo realmente importante es la existencia de ese dominio.
Hipócrita es todo nacionalismo ya que esconde bajo su capa de defensor de un pueblo el ansia de diferenciarse de los demás. Si todos somos seres humanos, ¿qué más da nuestro origen? ¿Para qué diferenciarnos con nuevas fronteras que no suponen más que obstáculos a nuestra libertad? Si algún catalán piensa que su libertad de decisión aumentará el día que se independice de España, pobre de él. Mientras el sistema actual siga existiendo seguiremos estando sometidos al yugo del mercado y al yugo del estado. Y de ellos no nos libraremos cambiando el país sino cambiando el mundo.
Jaime
Hipócritas, también, aquellos que condenan los espectáculos sanguinolentos de cara al público, pero, no sienten reparo alguno en contribuir a la tortura consumiendo productos procedentes del vilipendio y del trato desalmado a los animales.
ResponderEliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminar