La semana pasada se hacía oficial la noticia: los periodistas que acudan a cubrir manifestaciones deberán llevar un chaleco identificativo. Esta decisión, acordada entre la Delegación del Gobierno en Madrid y distintas asociaciones de periodistas, ha levantado cierta polémica. Por un lado, los profesionales de la información podrán desarrollar su labor sin temor a las porras de la policía. Por otro, se discrimina a todas aquellas personas que, sin trabajar para un medio de comunicación convencional, se dedican a informar de lo que ocurre en las protestas a través de redes sociales y blogs.
El periodismo ha cambiado mucho en las últimas décadas. El desarrollo de las nuevas tecnologías ha facilitado una revolución de la comunicación. La aparición de Internet permite a cualquier usuario convertirse en fuente de información con acceso global. De ahí que haya nacido eso que llamamos “periodismo ciudadano”. Un ciudadano anónimo que utiliza su teléfono móvil para informar en tiempo real de un suceso que cree merece ser contado. Así, acontecimientos que no entran en la agenda de los medios, pueden tener eco en las redes. Obviamente, el anónimo no cuenta con los canales de distribución de las grandes empresas de comunicación. Sin embargo, accediendo a su pequeño blog o a su cuenta de Twitter, el resto de internautas interesados pueden conocer esa información. Sin duda, esto supone un gran avance en la libertad de expresión y en el derecho de la ciudadanía a ser informada. Eso sí, siempre teniendo en cuenta la posible manipulación de los hechos. Situación, sin embargo, que se da también en los medios tradicionales.
En los movimientos sociales del siglo XXI, el periodismo ciudadano ha adquirido importancia crucial. Día tras día vemos en los informativos imágenes de disturbios tomadas con teléfonos móviles. En lugares como Siria o Yemen, debido a la rigidez de sus regímenes para con la prensa internacional, los vídeos de los ciudadanos pueden llegar a ser la única fuente de información en tiempos de conflicto. Tampoco escapa este hecho a Europa. En España, sin ir más lejos, el movimiento 15-M ha encontrado en Internet un aliado indispensable. Los llamamientos a través de Twitter y los vídeos subidos a Youtube han sido clave para tornar las movilizaciones en acciones masivas. De hecho, son muchos los “twitteros” que marchan a las manifestaciones armados con sus teléfonos móviles de última generación para informar instantáneamente de lo que ocurre. Stéphane M. Grueso, @fanetin, es el mejor ejemplo de ello. Sus textos de 140 caracteres, acompañados de documentación gráfica, son seguidos en directo por miles de personas interesadas en saber lo que los medios tradicionales callan.
Sin duda, la delegada del Gobierno en Madrid, Cristina Cifuentes, no es ajena a este panorama. Internet -y su comunicación horizontal y alternativa- supone una ruptura con el tradicional control de la comunicación de masas ejercido por el poder. Ante este reto, ¿qué mejor que identificar a los informadores del sistema? O, lo que es lo mismo, ¿qué mejor que identificar a aquellos informadores que no están atados a una línea editorial concreta y a unos intereses empresariales que amordazan cualquier información perjudicial para el sistema?
En definitiva, el Gobierno busca soluciones del siglo XX para problemas del siglo XXI. Aparte de retrógrada, la introducción de los chalecos será ineficaz. ¿O acaso creen que aquellos que saben manejar un dispositivo de última generación no sabrán fabricar un chaleco a imitación de los corsés de la oficialidad?
@jaimegsb
Viñeta: El Roto.
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